Terapia ocupacional en Salud Mentalla ocupación como entidad, agente y medio de tratamiento

  1. Moruno Miralles, Pedro
  2. Romero Ayuso, Dulce María
Revista:
Revista electrónica de terapia ocupacional Galicia, TOG

ISSN: 1885-527X

Año de publicación: 2004

Número: 1

Tipo: Artículo

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Resumen

Espero que me perdonen por tomarme la licencia de arrancar mi exposición contándoles una pequeña anécdota. No es mi propósito resultarles chistoso - quizá muchos de ustedes no le vean la gracia por ningún sitio; si acaso, todo lo contrario -, sino tratar de ejemplificar de la mejor forma posible, cosa que no siempre resulta fácil, cierta realidad de nuestra profesión con la que seguimos topándonos a pesar del paso de los años. Hace apenas unos meses, mi hijo, mi mujer y yo visitábamos a un familiar en una residencia de una de las marcas de servicios geriátricos más renombradas actualmente. En la antesala del edificio, decorada como un hotel, detrás de un mostrador nos atendió una amable señorita ataviada con la inevitable bata blanca, momento que Diego, mi hijo de tres años, aprovecho para zafarse de la mano y nuestra vigilancia. Había localizado una sala que le llamó poderosamente la atención y, por supuesto, se dirigió velozmente a ella. Una vez dentro, inquieto, comenzó a manipular los familiares objetos que poblaban aquella espaciosa habitación. Sobre la mesa un dominó de animales, de una conocida firma de juguetes infantiles, casualmente igual al que hacía poco tiempo acababan de regalarle a él; un puzzle con imágenes de una de las últimas películas de Disney; cuentas y cubos de plástico de vivos colores, azules, rojos, amarillos, verdes, y, una extraña esfera de rejilla metálica, a su vez repleta de otras pequeñas esferas en las que se inscribían números, que giraba sobre sí misma y expulsaba las bolas que contenía al apretar un botón. Excitado, nos señalaba en la pared las láminas para colorear que allí colgaban; entre otras cosas, en ellas se representaban mariposas, patitos, peces, flores, a Bamby y el Pato Donald y el rostro regordete de un bebé indio con plumita y todo. Reparó también en un rincón poblado de colchonetas, pelotas, aros, cuerdas y rodillos de colores. Imagino que Diego no salía de su asombro, sorprendido quizá por el hecho de que le hubiésemos llevado a un lugar tan divertido sin advertírselo antes, como es lo habitual. Quizá por ello necesitó afirmar su descubrimiento; así, dirigiéndose a su madre le dijo: ¿Mira mamá, un colegio¿. En ese momento, su comentario hizo que se me escapara una sonrisa irónica, una mueca amarga, apenas alzar el labio. Me recordó aquel cuento del nuevo traje del Emperador. Diego, que todavía no se deja engañar por las palabras - en este caso, porque no pudo leer los rótulos que aclaraban en distintas zonas de la sala: T.O.R., encima de los puzzles y del dominó; Gerontogimnasia, cerca de los aros y las pelotas, y, sobre todo, encima del marco de la puerta de entrada un rótulo mayor que rezaba: TERAPIA OCUPACIONAL -; como iba diciendo, el niño, que aún no sabe leer, no pudo dejar de percibir en aquella habitación la más desnuda realidad; una especie de colegio. En ese momento comprendí mejor porque el familiar al que visitábamos se niega reiteradamente a acudir a terapia ocupacional, a pasar de mis recomendaciones, y prefiere charlar con los amigos en el jardín, tomar un café y, a veces, cuando se lo permite el mareo y el dolor, jugar una partida de dominó, de ajedrez o acercarse al parque cercano a jugar a la petanca. Me temo que esta anécdota que les cuento no constituye un hecho aislado en el ejercicio de nuestra profesión. Es más, me atrevería a aventurar, aunque sin datos concretos y basándome más que nada en mi experiencia que como todas es limitada, que quizá sea más regla que excepción. Si esta suposición fuese cierta - ¡y cuánto me gustaría equivocarme! - creo que cabe hacerse algunas preguntas: ¿ustedes querrían acudir a un lugar así cuando sean ancianos?, ¿cómo se sentirían coloreando láminas de patitos, o lanzándose una enorme pelota de plástico de color rojo mientras repiten su nombre?, ¿qué puede significar verse a uno mismo realizando tales cosas?, ¿y qué ser visto por los demás mientras uno las realiza?, ¿les aporta más sentido un rótulo?, ¿para qué sirven, cuál es su utilidad? También podemos plantearnos otras preguntas, éstas para avezados terapeutas, por ejemplo: ¿qué tipo de ocupación se realiza allí?, ¿cuál es su sentido personal, cultural o social?, ¿ensartar cuentas en alambres o apilar cubos de plástico tiene algún propósito o finalidad?, ¿no sería mejor jugar al dominó o al ajedrez, aunque fuese necesario simplificar este juego, que utilizar un dominó infantil para recuperar no se sabe qué capacidades que el paso del tiempo o la enfermedad tiende irrevocablemente a deteriorar?. Y aún más: ¿mejorar la memoria, la atención o la coordinación por poner algún ejemplo, implica necesariamente cuidar del sujeto, o si se quiere, dicho de otra forma, de la persona?, ¿ocupar de cualquier forma es hacer terapia ocupacional? ¿prescribir actividades que infantilizan podría resultar contraindicado para la salud?, ¿hacer algo que resulte terapéutico implica necesariamente hacer terapia ocupacional? En definitiva, creo que a estas alturas aún no está de más seguir preguntándonos por lo que nosotros hacemos como terapeutas ocupacionales, cuál es nuestro objeto de estudio, qué perseguimos con nuestra intervención; en resumen, ¿ qué es eso que llamamos terapia ocupacional?