Poesía en la escritura. J. M. Caballero Bonald, habitante de su palabra

  1. ABRIL PALACIOS, JUAN CARLOS
Dirigida por:
  1. Luis García Montero Director

Universidad de defensa: Universidad de Granada

Fecha de defensa: 12 de diciembre de 2008

Tribunal:
  1. Gabriele Morelli Presidente/a
  2. Miguel Ángel García Secretario
  3. Juan José Lanz Rivera Vocal
  4. Jordi Gràcia García Vocal
  5. Julio Neira Vocal
Departamento:
  1. LITERATURA ESPAÑOLA

Tipo: Tesis

Resumen

CONCLUSIONES En los recuerdos siempre hay un sustituto del que uno fue que trata de engañarlo. No sé si a mí me engaña por sistema, pero tengo mis dudas a la hora de identificarme con ese sujeto que anda estacionado o dando bandazos en mi memoria y que no se parece sino a ratos perdidos al que ahora creo que fui. (Tiempo de guerras perdidas, 1995: 291) José Manuel Caballero Bonald nació en la luminosa ciudad de Jerez de la Frontera, Cádiz, el 11 de noviembre de 1926, hijo de un cubano de madre criolla y padre montañés, y de una descendiente de la familia del vizconde de Bonald #el filósofo tradicionalista francés# radicada en Andalucía desde mediados del siglo XIX. Aunque nuestro joven autor cambiará a partir de 1952 su residencia a Madrid, para mantenerse en la capital de España intermitentemente más o menos durante toda su vida, la ciudad gaditana y en general el territorio y los paisajes de la Baja Andalucía han sido el territorio referente más constante en el conjunto de su obra, un espacio del que se ha venido alimentando página a página. De hecho, uno de sus núcleos temáticos fundamentales será el recuerdo y ese ejercicio de indagación que supone la rememoración de lo vivido, la reconstrucción en la memoria de lo vivido, que posee un ingrediente de ficción que nosotros mismos añadimos, proyectando un personaje de nuestra persona y un pasado que puede ser tan ficticio como el que fue de facto, pues el que sucedió realmente nunca podrá rememorarse tal y como se desarrolló, ni siquiera pretendiéndolo. También la escritura como proyección del pensamiento, del lenguaje como síntesis de lo que pensamos, será importante para comprender las concepciones lingüísticas bonaldianas. Así, la infancia ocupa un lugar preeminente en la rememoración de nuestro pasado, por su carácter de paraíso perdido, para Caballero Bonald no lo será menos, que vivió su infancia y adolescencia en el sur de una España sumida en la guerra civil primero, y en la inmediata y cruel posguerra después. La infancia será el motor de muchos poemas de nuestro autor, y la crítica se ha ocupado también suficientemente de demostrarlo y analizarlo. En general, nuestro análisis ha consistido en la exposición y selección, por primera vez, de las ideas más brillantes e importantes de una abundantísima bibliografía que a lo largo de más de medio siglo ha ido escribiendo sobre nuestro autor, y nuestra aportación ha consistido en estudiar libro a libro y poema a poema #sólo los más interesantes, o los que nos han llamado especialmente la atención# los aspectos que no se habían contemplado hasta ahora, por ejemplo desde la semiótica, que nos ha servido como herramienta durante todo nuestro trabajo. También nuestra labor de ordenación, clasificación y ajuste de esa bibliografía crítica #que como hemos dicho es muy abundante# que se ha escrito sobre nuestro autor nos ha ocupado gran parte de nuestras investigaciones e indagaciones, como podrá comprobarse tanto en la bibliografía como en la bibliografía comentada. De finales de los años cuarenta datan sus primeros escarceos literarios, tanto en Jerez, donde se había formado un pequeño e íntimo grupo de amigos intelectuales locales; como en Cádiz, donde realizó estudios de Náutica y Astronomía, alrededor del grupo #y revista# Platero; o Sevilla, cursando Filosofía y Letras, aunque no acabará ninguna de las carreras emprendidas para dedicarse finalmente a tareas literarias de lo más variado: profesor universitario en su estancia en Colombia, director editorial, en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, o conferenciante, subrayando también su labor paralela de filólogo, folclorista y etnólogo, enólogo, traductor y escritor de diversos volúmenes de divulgación cultural, que no pocas satisfacciones han proporcionado a los lectores, aparte de esporádicas colaboraciones en prensa y revistas, destacando siempre por su penetrante capacidad incisiva. Cabe recordar, entre otros, el volumen recopilatorio de artículos y ensayos Copias del natural (1999). En este sentido su labor como crítico es importantísima. Las recientes ediciones de los libros de artículos recopilatorios Copias rescatas del natural, y Prosas reunidas (1956-2005), han demostrado y puesto de relieve las opiniones de nuestro autor en los temas más candentes que han sacudido la poesía y la cultura española en los últimos cincuenta años. Nuestra labor, por tanto, ha consistido en rescatar textos dispersos y ocultos que en muchos casos sirven como reflexiones paralelas de su poesía, aplicada a los libros que analizaba, y que son el reflejo de su propia obra. Pero hablábamos de sus inicios. De esta primera época le quedará sin duda el gusto por los simbolistas franceses, que le acompañará durante toda su vida y que tanta influencia proyectará su obra, como hemos demostrado a lo largo de todos los capítulos y todos sus libros analizados. Y de esta protohistoria del escritor también habría que resaltar su más que notable afición por la cultura y la traducción de textos grecolatinos, sobre todo del latín, que será, más que un gusto por la gramática, una de las características más importantes de toda su obra, el sesgo clasicista. En este sentido, su evolución literaria estará muy relacionada con estas aficiones juveniles. Sus lecturas más influyentes de esta primera etapa son, además, los simbolistas franceses, y poetas como Luis Rosales o Vicente Aleixandre, que aciertan a fundir la cotidianidad existencial con ciertos procedimientos de elevación metafísica, y con recursos tradicionales de la vanguardia. 1952, fecha en que se traslada a Madrid, coincide con la publicación de su primer poemario, Las adivinaciones. El libro tuvo muy buena acogida porque representaba un cambio frente al garcilasismo o la metafísica plana de la década anterior, una poesía oficial encorsetada entre impetuosos desahogos del corazón, existencialismo, religiosidad y exaltación heroica del imperio. Desde la perspectiva idealista que estas coordenadas ideológicas postulaban, y sin grandes pretensiones ni solemnidades, Caballero Bonald supo encauzar en su primer libro todas las inquietudes trascendentales del hombre no hacia una realidad intangible o trascendente sino hacia la magia y el misterio de la creación de la propia palabra poética. Las deudas de Rosales o Aleixandre son evidentes, pero no empequeñecen el libro sino más bien al contrario, lo sitúan en su tiempo para refrendar aún más la voz del jerezano. Se produjo en ese sentido un paso visible desde la metafísica hacia la metapoesía, afianzándose con los años y las diferentes entregas. Surgen entonces libros como Memorias de poco tiempo (1954), Anteo (1956), o Las horas muertas (1959), con los que se va consolidando su voz y va consiguiendo al mismo tiempo el reconocimiento de la crítica. La influencia que se une a su particular visión lingüística de la poesía, que va evolucionando en esta decisiva década del cincuenta, es el surrealismo, un surrealismo muy personal, eso sí. Esa particular visión lingüística de la poesía estará relacionada con lo que conocemos como «acto de lenguaje» y que en Caballero Bonald se traducirá en una asimilación de las maneras barrocas andaluzas, no tanto como ornamento vacuo sino como canalización de las experiencias vitales en experiencias lingüísticas. De esta época y de estas influencias también nace su concepción de la poesía como conocimiento, inserta en los debates más calientes del momento, y también como lenguaje autónomo, entroncando con la tradición vanguardista y con Juan Ramón Jiménez, otra de sus lecturas juveniles, de quien aprenderá las concepciones de la «obra en marcha» o que nunca se acaba, aplicadas a su propia obra. Una poesía, de estirpe juanramoniana, que aspira a sobrevivir a su autor a través de la conciencia que posee ella misma de sí, de ser obra viva. Su poesía, desde entonces, se alejará de la tradición realista, a excepción de su libro coyuntural y social, inserto en el realismo crítico con el franquismo, Pliegos de cordel (1963). Estas concepciones de la obra en marcha han ido madurando con los años, y en ese sentido nuestro autor nos ha ido ofreciendo diferentes etapas de los poemas, en constante reelaboración y reestructuración hasta la obra poética completa definitiva que poseemos, Somos el tiempo que nos queda (2007). En los años cincuenta conoció y frecuentó a Camilo José Cela, con quien trabajó y dirigió oficiosamente la revista Papeles de Son Armadans, radicada a mitad de camino entre Madrid y Palma de Mallorca. De esta primera etapa de relaciones hacia el fin de la posguerra madrileña surgieron las amistades y el trato con los que se habían quedado de la Generación del 27, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso et alii, y otros supervivientes en el exilio, como Luis Cernuda. A finales de este decenio participa en el homenaje a Antonio Machado en Colliure (1959), junto a los poetas más representativos de la Primera y Segunda Generación de Posguerra, generación esta última a la que a partir de entonces se le adscribirá. A esta Generación se le ha denominado de diferentes modos, todos ellos más o menos válidos, aunque con matizaciones, siendo Grupo del 50 #acuñado por Juan García Hortelano# quizás una de las que más éxito ha tenido (en muchos casos se intentará evitar la palabra #generación#, demasiado biologicista, ya que nombra por sinécdoque pars pro toto a toda una generación de hombres, aludiendo en realidad sólo a un sistema o grupo literario específico). Los autores nucleares de su Grupo, sin tener en cuenta otros posibles repertorios, son Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral, Ángel González, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, y Francisco Brines; y a partir de aquí se podría discutir que otros poetas formen o no parte de este canon, pero estos ocho, contando al jerezano, son los indiscutibles hoy día. Las evoluciones de las trayectorias individuales de cada uno #contando con su propia voz nítida, reconocible y singular desde sus inicios#, que en algunos momentos establecieron fértiles puntos de contacto entre ellas, con los años y las décadas se fueron separando y enriqueciendo, adensando y profundizando. El único poeta andaluz de este Grupo es precisamente Caballero Bonald, lo cual podría considerarse como un dato inusual, acostumbrados como estamos a que en los catálogos de poetas españoles impere la poesía andaluza o del sur, y lo que ello significa. Y eso le distinguirá también frente a otras teorías andalucistas hoy en boga puesto que, en efecto, el jerezano no ejercerá de andaluz, con sus tópicos, sino que elaborará una poesía sumida cada vez más en lo barroco (recordando al libro homónimo de Eugenio d#Ors) y en la duplicidad de las identidades #los simulacros# a partir de la palabra escrita. En los poemarios citados su labor poética consistirá en desposeer a la palabra de sus reverberaciones trascendentales, acercándola al territorio de una memoria que cada vez es menos nuestra y más literaria, construible, que vamos creando nosotros mismos. El opúsculo Anteo supuso, además, un acercamiento lírico a las raíces étnico-culturales del flamenco, una intelectualización de ese folclore andaluz citado. Con Las horas muertas se cierra brillantemente una etapa, la del recuerdo y la memoria como ejes activos desde los que se espolea al resto de temas poéticos y la creación misma para dar paso a la propia palabra erigida en eslabón de una rica red semiótica #recordemos que en Caballero Bonald la valencia sígnica de la palabra es fundamental# de significados, y en sus posibilidades creativas. Libro a libro nuestro autor fue recalcando las características señaladas de la poesía entendida como conocimiento y lenguaje autónomo, una poesía que fue derivando desde lo metafísico a un simbolismo materialista, que no alude a esencias externas al texto, u ocultas en el interior del sujeto, sino que apuesta por la carnalidad de la palabra, por sus valores fónicos y por la inversión de cualquier metafísica hacia territorios materialistas. Pero hay que pasar por un libro de transición que posee también mucho de este último momento descrito, aunque más apegado a la poesía social #tan necesaria en aquellos años# como es Pliegos de cordel (1963) y que a pesar de las reiteradas renuencias de nuestro autor hacia esa entrega, sin duda hoy en día se configura como uno de los pocos poemarios salvables de la poesía social de entonces, pues como era de suponer, el también denominado realismo crítico se convirtió pronto en propaganda, volviéndose en un cliché de consignas y doctrinas repetidas. De esta época data también su primera novela, Dos días de setiembre (1962), que participa intensamente del realismo social y de un clima de denuncia de la situación del universo rural del Jerez, de aquel mundo de los señoritos y la explotación de los jornaleros, hábilmente enredada en las ebrias mitologías del vino, con tantas reminiscencias dionisíacas. Autor de cinco novelas, Caballero Bonald ha medido hasta la precisión sus entregas literarias, siendo un autor total que ha venido dosificando puntualmente sus necesidades expresivas en cada momento, haciendo de su vocación una profesión y viceversa, de tal modo que se ha autocalificado como un «escritor discontinuo, o a rachas», pero afinando en cualquier caso estilísticamente cada obra hasta el punto de haberse convertido en una figura clave de la segunda mitad del siglo XX, referencia ineludible de su generación. Así, aunque cada una de las posteriores novelas poseerá una fuerza narrativa destacable, mereciendo varios premios y el reconocimiento de la crítica y del público, será sin duda Ágata ojo de gato (1974) su novela más conseguida, y también la más densa desde el punto de vista léxico y sintáctico, siendo un ejemplo de perfección formal. Partícipe de las sagas, esas entregas novelísticas al estilo de lo que supuso el boom hispanoamericano, Ágata ojo de gato cuenta la historia una familia desde su fundación y asentamiento en una tierra muy fértil y productiva, a partir del hallazgo de un tesoro tartesio, hasta su desaparición. En ese arco temporal habrá espacio para aventuras y desventuras, muchas veces con el sesgo de la fatalidad, a las diferentes generaciones que van deambulando por la novela, para acabar finalmente subsumidos por la corrosión de una tierra que no perdona que se la desposeyera de su tesoro y de sus materias primas, volviéndose por tanto vengadora de tal usurpación. Ese territorio, mitad imaginario y mitad ficticio, se llamará desde aquellos años setenta Argónida, el topónimo con el que Caballero Bonald denominará al Coto de Doñana y que servirá de marco desde entonces para otras entregas, poéticas o no, creando un complejo y poliédrico entramado discursivo y narrativo alrededor de este lugar. Y es que no en vano en Doñana se emplaza la residencia estival del jerezano. Argónida no será sólo un lugar para las novelas, sino que será el marco donde se desarrollará con plenitud la labor creativa de nuestro autor. En ese sentido, la redacción de Ágata ojo de gato tendrá un correlato poético paralelo titulado Descrédito del héroe (1977), un poemario donde comenzará la voz más madura de Caballero Bonald y que poseerá como referente textual sobre todo la propia escritura en su compleja red de signos, en los eslabones que crea con las trampas de la memoria, en las galerías y recodos de la imaginación de la experiencia no vivida, en la tensión creada entre las palabras que se proyectan más allá de su exclusivo significante. Este poema puede ser un ejemplo: ARGÓNIDA, 13 DE AGOSTO Luciente espejismo que vi en los idus de agosto por la linde crepuscular de la marisma, cerca del arenal de Argónida, mientras las monocordes dependencias del sueño disputaban su parte de ficción al predominio de la brumosa realidad, ¿cómo podría yo olvidarme no de lo incierto de esa historia por nadie atestiguada, sino de la razón que me ha asistido desde entonces, habitante de otro espejismo donde sólo sigue siendo verdad lo que aún no conozco? (1977: 80; 2007: 335) Las frases comenzarán a tensarse desde el punto de vista retórico hasta tal punto que conformarán a nuestro autor como uno de los escritores más particulares de la segunda mitad del siglo XX, dada su peculiar manera de incrustar palabras, de elegirlas y contrastarlas con otras, como si de una taracea se tratara. Así la frase adquirirá una característica torsión que mostrará todo su esplendor en el siguiente libro, Laberinto de fortuna (1984), sin duda su poemario más hermético y ambicioso donde lo barroco se erigirá en una categoría literaria y donde el jerezano echó toda la carne asador, creando un verdadero mundo o entramado de significaciones, y decantándose por lo que Pere Gimferrer llamó una poesía donde impera un lenguaje autogenerativo: Extrema en densidad, en rigor, en poderío sonoro, llama la atención en esta poesía, por encima quizá de cualquier otro rasgo estilístico, la capacidad autogenésica que en ella posee el lenguaje. Se suscita a sí mismo, se nutre a sí mismo, se propaga a sí mismo, se destruye a sí mismo, se redescubre a sí mismo: la palabra, aquí, vive de la palabra, aunque jamás del palabreo o de la palabrería. También algo de eso dejó dicho André Breton: Les mots fon l#amour. (Gimferrer 1989: 10) Otras tres novelas irán apareciendo, Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988), y Campo de Agramante, todas ellas celebradas por la crítica y de un valor indudable, tanto por la pulcritud léxico-sintáctica de su prosa como por la agilidad narrativa, la introspección psicológica de los personajes o su proyección simbólica, hasta que aparecen sus memorias, Tiempo de guerras perdidas (1995), complementadas por La costumbre de vivir (2001), donde su dicción adquiere mayor flexibilidad y se puede leer al Caballero Bonald que mejor ha recorrido el camino de los libros y la experiencia de las letras como elección vital, alguien en suma que ha vivido en las palabras toda su vida. A la espera de una tercera entrega #el segundo volumen llega hasta la muerte del dictador en 1975#, las evocaciones bonaldianas son un ejercicio de rememoración que muchas veces parecen una simple excusa o un artefacto, una argucia literaria para elaborar ficticiamente un hecho, puesto que como hemos explicado con anterioridad lo que ya es pretérito es imposible de copiar con exactitud, y cualquier acercamiento se convertirá en una simulación, en una ficción más. Pero más allá de la técnica empleada o de la autobiografía, estas memorias se han convertido en uno de los libros fundamentales de toda una época, y sus páginas son ese testigo ineludible para todo aquel que quiera conocer de primera mano no sólo la vida de un autor #y es aquí donde entrarán esos juguetones bucles con la imaginación# sino la historia de un país en su malla cultural, en sus interrelaciones, pues el jerezano sin duda representa un ejemplo muy concreto de escritor a lo largo de las diferentes etapas del régimen franquista: el escritor que intenta sobrevivir entre los trasiegos de la tecnocracia capitalina de la época en los cincuenta, el disidente protestatario y encarcelado en más de una ocasión en los sesenta, el que va encontrando una voz cada vez más comprometida con su propia palabra poética a partir del debilitamiento de la dictadura y a la vez que va abriéndose paso la democracia y la libertad. Paralelo a este proceso de puesta al día de anécdotas entre el polvo de la memoria, los espejismos de los recuerdos y la conciencia del tiempo ido, surgirán también sus dos últimas entregas de poemas hasta el momento, Diario de Argónida (1997) y Manual de infractores (2005), libros que conllevan una simplificación del lenguaje, más depurado y sintetizado (también a veces en los temas, aunque sólo de forma aparente), y un objetivo claro de indagación semántica que está más acorde con una palabra que no renuncia a erigirse tan sólo como signo y símbolo, sino también con las pretensiones del lenguaje de ir más allá de su propio círculo referencial. En ambos poemarios, que han sido aplaudidos suficientemente por la crítica, la palabra se basta por sí sola junto a un poso de inconformismo y de crítica feroz y tenaz de quien no va a comulgar con el establishment del capitalismo tardío ni con los sectores más conservadores de una sociedad consumista que homologa conciencias y hace tabula rasa de las individualidades. Si nunca se mordió la lengua, ahora menos. Además, dentro de pocos meses asistiremos a una nueva entrega que se titulará La noche no tiene paredes, en la misma línea de los dos últimos, tal y como se desprende de la lectura de nuevas publicaciones ya en revistas. En fin, también fruto de esta puesta a punto de las obsesiones de siempre y de las necesidades expresivas de quien se encuentra en su última etapa y que ya sólo escribe porque vive «el imposible oficio de escribir» con absoluta libertad, publicará también la edición de su poesía completa (actualmente hay numerosas e interesantes antologías disponibles), reflejando una obra en el conjunto de su trayectoria, Somos el tiempo que nos queda. Obra poética completa 1952-2005. Una obra poética completa de coherencia y rebeldía. Y todavía no definitiva.