Eduardo Carretero

  1. Roda Murillo, José Arcadio
Dirigida por:
  1. Ignacio Luis Henares Cuéllar Director

Universidad de defensa: Universidad de Granada

Fecha de defensa: 08 de enero de 2016

Tribunal:
  1. Rafael Jesús López-Guzmán Guzmán Presidente
  2. María Luisa Bellido Gant Secretaria
  3. Gloria Espinosa Spínola Vocal
  4. Alfredo José Morales Martínez Vocal
  5. Fernando Martín Martín Vocal
Departamento:
  1. HISTORIA DEL ARTE

Tipo: Tesis

Resumen

“Tienes que conocer a mi amigo Eduardo”. Mi gran amiga Mari Luz Escribano Pueo, escritora y catedrática de Didáctica de la Lengua, además de directora de la revista literaria “Entreríos”, me vino a decir la mencionada frase una tarde mientras le enseñaba un retrato en bronce que le había realizado a mi padre. Sin saber cómo, me vi metido en el coche meses más tarde en dirección a Chinchón, con la curiosidad puesta en el nombre de Eduardo Carretero y en los comentarios que iban haciendo durante el viaje sobre él, su amigo Manuel Orozco y Mari Luz. Una vez allí buscamos “El Castillejo”, lugar donde se estaba celebrando una exposición en la que tomaban parte las obras de Isabel, su mujer, “Isabelita” como la llamaba su primo Federico García Lorca y cuya ausencia ha dejado un enorme hueco en la vida de Eduardo. De repente, al grito de ¡Eduardico!, voceado por Manuel Orozco, vimos a un hombre mayor, con el pelo blanco coronado por una boina y pantalones de pana marrón, que en el umbral de la casa nos hacía un gesto con la mano, con esa mirada tranquila que con el tiempo sus amigos hemos asumido como un signo más de su sabiduría e inteligencia. Después de las presentaciones nos dirigimos hacia su casa, cruzamos el pueblo y al fin llegamos ante el portón de hierro en cuya pared izquierda hay un mosaico que define como “particular” esa vivienda desde el exterior. Al entrar me vi frente un patio abierto que daba a una casa de un encanto especial. Era algo sorprendente el ver piedras por todos lados, tablones, damajuanas de gran tamaño, varios “trillos”, un antiguo y vetusto carro, esculturas cubiertas por el verdín de la humedad y latas, infinidad de latas que se dejaban ver en cualquier rincón o encima de alguna mesa improvisada, con el simple contenido de dos clavos como justificación, a la vez que una pátina de óxido iba devorando el brillo plateado que en su origen le daba un aspecto más domestico. Una vez sentados bajo la ampelosis que cubre el patio, Eduardo empezó a sacar diferentes cosas para comer, en el mismo momento en el que apareció un señor, que nos saludó de forma muy cordial y que posteriormente nos enteramos que era el hijo del Marqués de Miraflores. Y allí estábamos todos degustando una sencilla comida con invitado sorpresa incluido y cuestionándome en que lugar me habían metido. Ya por la tarde, mi amiga Mari Luz insistió en que Eduardo me enseñara los diferentes estudios repartidos por el jardín, comenzando una excursión de lo más curiosa, debido a que salvo el estudio principal, los demás eran una especie de cobertizos en los que se podía uno perder entre tanto molde, cinceles, limas, escofinas, trapos, brochas, cubos, cajas de todo tipo con más cinceles y latas, muchas latas, latas con tornillos, latas con pinceles, latas con cera, con tuercas...... y como no latas con clavos. Sí, verdaderamente lugares donde el trabajo no tenia fin ni utensilio sin lugar, pero donde uno se encuentra extrañamente a gusto y donde el desorden, aún extremo en algunas zonas, no molesta. Comprendes que te encuentras ante un todo imposible de diseccionar, la casa también es Eduardo y ese ambiente lo inunda todo de tal manera que deja de ser sorprendente que en cualquier momento se abra la puerta y aparezca cualquier persona invitándose a comer o a cenar, o simplemente para charlar sobre Garcilaso de la Vega, como D. Manuel Alvar, e incluso echarse un cante como José Menese e infinidad de personalidades del mundo de la cultura y el arte. Al día siguiente, que volvíamos para Granada, bajo la insistencia de Mari Luz, Eduardo me dijo, con esa mirada en la que se vislumbra la fiereza que en su momento domó tanto bloque pétreo, “Venga escultor, vamos a ver las fotos”. Yo con mi gran timidez, que no me había abandonado desde que había pisado Chinchón, le seguí al interior de su gran estudio donde de forma muy ordenada se encontraban varios archivadores que me dejó ver bajo su atenta mirada. Página a página se fueron revelando ante mi perpleja mirada, la sorprendente y monumental obra de Eduardo. ¿ Cómo había sido capaz un hombre de realizar tal cantidad de obras, y doblegar aquellos bloques de piedra? De repente, ése anciano encorvado que se apoyaba en la mesa junto a mí, parecía crecer hasta el punto de superar mi estatura. En sus manos colocadas sobre la mesa, ahora podía vislumbrar la enorme fortaleza que contenían, sorprendiéndome su tersura a pesar del trabajo del cincel y el martillo. Sin lugar a dudas, acababa de encontrar a mi maestro. Años más tarde, finalizando mis estudios universitarios y uniéndonos una gran amistad y admiración por mi parte, decidí proponerle a Eduardo la realización de esta tesis doctoral a lo que su primera respuesta fue una rotunda negativa, aduciendo la falta de interés de su obra para el actual mundo del arte y el universitario. En otras ocasiones, y fruto de las profundas secuelas que la guerra civil dejó en aquellos que la vivieron muy de cerca cómo en el caso de Carretero, llegó a comentarme las dificultades que podría tener el hacer una tesis en granada sobre un escultor de ideología liberal con un pasado relacionado con Lorca, habiendo estado incluso en un campo de concentración del bando falangista, algo absolutamente sorprendente y revelador para mí, un joven nacido bajo el cómodo y despreocupado manto de la democracia. Tras mis repetidas insistencias y entendiendo la importancia del “doctorado” , me aconsejó realizar la tesis sobre el escultor granadino Pablo Loizaga, artista admirado por él y del que recordaba las más variopintas anécdotas. Pero seguí insistiendo y ante las continuas evasivas, sentados en el patio de su casa, bajo la hermosa ampelosis que lo cubría, le comuniqué que sólo estaba interesado en hacer la tesis en el caso de hacerla sobre él y que por el contrario había decidido no realizarla. Ante esta respuesta y tras pensarlo un rato, Eduardo comenzó a preguntarme sobre los pormenores de dicho trabajo de investigación, sopesando cómo de expuesta estarían su vida y sus recuerdos. Si al principio entendía la realización de esta tesis doctoral como una intromisión en su intimidad o un signo de vanidad hacia él, Eduardo vio en éste trabajo una forma de ayudar a un amigo, a un escultor a hablar de escultura; por lo que finalmente accedió a colaborar en dicho proyecto. En el aparente caos del estudio, en viejos archivadores de color marrón, Eduardo Carretero guardaba de forma bastante ordenada gran cantidad de fotografías sobre sus obras, realizadas por él mismo, por lo que el inicio de la investigación fue relativamente fácil. Gracias a la afición de Eduardo por la fotografía se puede apreciar el proceso de realización de muchas de sus obras monumentales, sus colaboradores y los lugares en donde trabajó. La mayoría de éstos carecían de un acondicionamiento confortable, a lo que a la dureza del trabajo se unía la inclemencia del frío invierno. Los fríos bajos en construcción de los Nuevos Ministerios, o las naves de las canteras de Colmenar de Oreja fueron durante mucho tiempo su lugar de trabajo. En el caso de la mayoría de los retratos más antiguos, así como muchas obras de pequeño formato de aquella época, la existencia de fotografías era nula, pero por el contrario Eduardo guardaba los negativos perfectamente guardados en carpetas, en cuyos estuches, a lápiz, Carretero había escrito algunos de los nombres de las obras a las que pertenecían. Gracias a estos negativos en gran formato realizados por Eduardo con su Rolleiflex, fue posible obtener las referencias fotográficas de gran cantidad de retratos, así como piezas casi olvidadas por él. Ante la sorpresa de los viejos amigos de Chichón, Eduardo, siempre celoso de su intimidad, no solo mostraba su obra sino que se abría a un joven amigo, también escultor, al que mostrar todo lo que había sido su vida. Si aparentemente el conseguir el material gráfico de sus obras fue un trabajo relativamente fácil, el catalogarlo fue algo más complicado debido al número de obras y a la dificultad de fecharlas, ya que en muchos casos tuvimos que recurrir a la referencia de aquellas de carácter monumental próximas en ejecución a las de menor tamaño, para ubicarlas temporalmente. Sin lugar a dudas cabe hacer mención a la sorprendente memoria del escultor, que para la mayoría de las obras no le fue difícil encontrar la debida referencia o comentario sobre su proceso de creación. Una vez seleccionado todo el material gráfico que Eduardo Carretero poseía y catalogadas cada una de ellas por fecha, material, proporciones, localización, y un breve comentario sobre cada obra; decidí comenzar la redacción de su biografía, aún sabiendo que la citada catalogación estaba incompleta, siendo consciente del trabajo pendiente que me quedaba por hacer y que para ello necesitaría en muchos casos la colaboración de los propios modelos de los retratos, poseedores de los mismos, para que me enviaran alguna fotografía de las citadas obras. Dispuesto a facilitarle a Eduardo la recopilación los datos relacionados con su biografía, comencé a grabar nuestras conversaciones acerca de su vida, mientras que sentados en el sugestivo patio de su casa hablábamos con como dos viejos amigos. Curiosamente, durante estas conversaciones no faltaban las referencias a la situación política de sus años de juventud y adolescencia, por lo que casi de forma continuada me pedía que apagara la grabadora o que borrara sus últimas palabras. Sin lugar a dudas el recuerdo de la guerra civil y de algunos personajes granadinos de la época, directamente implicados en sus consecuencias, ensombrecía sus pensamientos. Dada la situación y para la tranquilidad de Eduardo, dejé de grabar nuestras conversaciones, realizando breves anotaciones durante nuestras charlas de aquellos datos que Eduardo creía oportunos. Fue todo este proceso el más difícil de realizar ya que el propio escultor, celoso se su vida, limitaba la recopilación de los datos necesarios para éste trabajo. Curiosamente en cada revisión que hacíamos juntos de la información recopilada, él eliminaba siempre alguna parte de la misma aduciendo la falta de interés de dichos datos para alguien. Otra dificultad añadida, y es bien sabido por todos aquellos privilegiados por su amistad con Eduardo, siempre había algo que ver en el estudio, una escayola a medio hacer, un molde inacabado, una cita de un libro, coger el pan de la puerta cuya bolsa había sido estratégicamente colocada, un teléfono que sonaba, una visita inesperada o simplemente “pensar en qué íbamos a comer”. Las interrupciones constantes, las largas conversaciones sobre escultura y la sensación incómoda de romper el tranquilo y mágico ritmo de la casa de Carretero, unido a mi especial timidez, hacían que fuera muy difícil la consecución del material necesario para la tesis. Pero si conseguir una recopilación estructurada de los aspectos de su vida profesional tuvo cierta dificultad, el intentar introducir junto a éstos los de carácter biográfico fue aún mucho más complejo, tanto que casi fue imposible. Quitando la descripción cronológica de su establecimiento en Madrid, su estudio en la calle Camorritos y su marcha por motivos de trabajo al pueblo de Chinchón, cualquier referencia a su vida personal y más concretamente a su mujer “Isabelita” era rápidamente eliminada. El amor que Eduardo sentía por la escultura, aún siendo inmenso, era sólo superado por el que sentía por su mujer Isabel. El hombre titánico, fuerte y a veces brusco, no podía ocultar su debilidad ante todo lo que estaba relacionado con su mujer, sus bellísimos mosaicos o simplemente su recuerdo. El mero hecho de citar su relación familiar con Federico García Lorca, primo hermano de Isabel, hacía que su gesto se contrariara en un acto en defensa de la figura de su mujer ante el temor de que no fuera suficientemente valorada y que la figura del poeta eclipsara su excepcional y maravillosa existencia. El recuerdo de sus manos, su delicada voz junto a la guitarra, su larga trenza y sus exquisitas y bellísimas obras constituían el verdadero y profundo tesoro de Eduardo Carretero. Debido a esto y hasta su muerte, decidí obviar todo lo concerniente a su vida personal y a su mujer, aún sabiendo la esencial importancia de la figura de Isabel en la vida de Eduardo. Pero si todo este proceso de recopilación y catalogación de obras, y de estructuración cronológica de su trayectoria profesional fue una tarea lenta y, en lo concerniente a la biográfica de forma particular, ciertamente costosa; reunir las reseñas hemerológicas así como los catálogos de las exposiciones y la participación de Eduardo Carretero en eventos de carácter artístico, fue mucho más sencillo. Eduardo conservaba, de manera escrupulosa, prácticamente la totalidad de los catálogos de las exposiciones que había realizado o en las que había tomado parte. En el maremágnum de su estudio principal, el más ordenado de los tres, guardados nuevamente en las clásicas carpetas azules de cartoncillo cerradas por sendas gomas, Eduardo atesoraba la huellas de su pródiga trayectoria expositiva y que representan al escultor más sociable, fuera de la soledad de su estudio, del frío taller en los bajos del edificio en construcción de los Nuevos Ministerios o de la lejana cantera de Colmenar de Oreja. Junto a estos, infinidad de artículos periodísticos cuidadosamente recortados y , en algunos casos, fechados a mano, en los que contrastar la enorme valoración que la crítica artística del momento hacía de la obra de Carretero. La mayoría de los artículos fueron recopilados por el propio escultor aunque una buena cantidad le habían sido enviados por los múltiples y diversos amigos de la pareja. A lo largo del proceso de realización de la tesis, tras un largo periodo alejado del mundillo artístico, la figura de Eduardo Carretero estuvo casi olvidada, transcurriendo bastantes años en los que fue a penas imperceptible por los medios impresos su quehacer artístico, estando a punto de convertir desgraciadamente a esta tesis en acto recuperar la figura de éste sobresaliente artista y que, como demasiado habitualmente suele ocurrir en Granada, estuvo a punto de caer en el olvido. Podemos decir que tras la muerte de Isabel, el 31 de marzo de 1985, Eduardo paraliza su actividad profesional de carácter público, en el que su alejamiento de las galerías se hace muy patente por la drástica ausencia de cualquier referencia del escultor en la prensa. Evidentemente, la pérdida de su mujer “Isabelita” marca este punto de inflexión en su carrera, solamente alterado por la exposición organizada en el Palacio de la Madraza de Granada de las obras de su mujer, conjuntamente con las suyas, y la realización del monolito dedicado a la figura del padre Llanos en Madrid, ambas en 1994. Homenajear la figura de su mujer parece convertirse en la principal preocupación de Eduardo, quién a pesar de no dejar de hacer escultura en su estudio, no cesa en buscar una ubicación a la obra de su mujer acorde con la importancia de su legado. No será hasta su donación a la casa de Federico García Lorca en Valderrubio, el 5 de Junio de 2002, cuando la figura de Carretero vuelve a aparecer en los medios escritos. A partir de este momento comienza un proceso de recuperación de la figura del escultor por parte de la ciudad de Granada, que se inicia principalmente en la concesión de la Medalla de Honor de la Academia de Bellas Artes de dicha ciudad, y que sin lugar a duda se convierte en un nuevo punto de inflexión en la carrera de Eduardo. De forma muy acertada,que casi podríamos decir que premonitoria, la escritora Mariluz Escribano Pueo dedica un artículo al escultor titulado “El regreso de Carretero”, publicado el 19 de Mayo del año 2004, que parece preconizar todo lo que posteriormente vendría. Gracias a los actos como los nombramientos de “hijo adoptivo” (Valderrubio y Chinchón) y la realización de diversas exposiciones, hasta su ingreso en la Real Academia de Granada, la concesión de la Medalla de Oro al Mérito de dicha ciudad y la colocación de varias obras en la ciudad de Leganés y el cementerio de Granada, la figura de Carretero vuelve a ser asidua de la prensa, encontrando gran cantidad de artículos y documentos que cerrarían este trabajo de investigación, convirtiéndose en el justo homenaje a la figura del escultor granadino. De forma tardía pero sin la demora con la que suelen acontecer estos actos, generalmente tras la muerte del homenajeado, Eduardo pudo conciliar su recuerdo con aquella Granada de posguerra, con aquella ciudad de la que se sentía casi olvidado y la que siempre añoró desde los atardeceres de Chinchón. Al hacer revisión de todo este proceso de investigación, veo con satisfacción lo errónea de mi intención de iniciar este estudio con el afán de recuperar la figura de mi maestro, mi gran amigo Eduardo Carretero, sintiendo que tal vez la vida es realmente justa, sobre todo con aquellos que intentan, desde la soledad de sus estudios, llenarla de belleza; mostrándonos la grandeza del ser humano. Hoy, tras la desaparición de éste artista único, de ese amigo entrañable, de aquél anciano fuerte e inteligente que me llamaba por las noches para revisar desde su casa algunas erratas que encontraba en mis anotaciones y al que enviaba faxes para consultarle sobre mis proyectos escultóricos; no dejo de recordar el tintineo del móvil metálico de la entrada de su casa y el arrastre del faldón de su puerta, que anunciaban mi llegada antes de gritar ¡Eduardo! Existía una frontera en la entrada de la casa de Eduardo, que al cruzarla, nos introducía en un mundo aparte, al margen de todo tipo de normas, ni siquiera la del tiempo. Nada cambiaba en aquella casa, las piedras te seguían dando la bienvenida en el mismo lugar donde las habías dejado descansando la vez anterior, las latas seguían con el mismo contenido, las damajuanas soportaban el liviano peso del mismo polvo, el viejo carromato del patio, reconvertido en instalación artística de reflejos azules, seguía conteniendo los mismos bidones azules de agua de “Solan de Cabras”; y me daba cuenta de que el tiempo había pasado en el hecho de que aquél genial escultor que un día conocí, se había convertido en mi gran amigo y en mi maestro. El artista Francés Marcel Duchamp V., en una de sus obras más conocidas, “Le Fontaine”, hacía una de las mejores críticas a esa tendencia irreflexiva de la historia de absorber lo que se le pone por delante, en un afán de clasificar, etiquetar y archivarlo todo. En efecto, la historia está repleta de injustos anonimatos a la vez que atribuciones sin fundamento y en el horizonte nos encontramos con que las galerías crean a sus artistas, modelan y definen el tipo de arte que se ha de realizar y contribuyen de manera decisiva, lo queramos o no, a escribir la historia que nos sucederá. Lo más triste de todo es que convierten a la obra de arte en un valor más de mercado, en un tipo de moneda, en un producto para el consumo y lucro personal, al que a modo de acciones bursátiles se intenta acrecentar su peso económico, mediante campañas de herencia publicitaria. Y he aquí donde encontramos a artistas con la simple expectativa de la creación comprometida y lejos de ese tipo de círculos, aislados del mercantilismo, y por consiguiente, de un reconocimiento cuyo fundamento no tiene ninguna duda. Eduardo Carretero, escultor, uno de esos artistas de paternidad responsable cuyo nombre ha figurado en los eventos más importantes a nivel nacional e internacional, pudo ser un ejemplo más de ese injusto “olvido”. Sin embargo ese “olvido” lejos de parecer algo negativo significó para Eduardo libertad, independencia, la posibilidad de crear en un ambiente en el que el arte crece con la sinceridad de la verdad. Ver a Eduardo Carretero es ver a un hombre del que la escultura nace sin justificación, le es algo inherente, le estaba predestinado desde su infancia como en los grandes artistas: “La escultura me escogió a mí”, manifestaba Carretero al recibir la medalla de honor de la Real Academia de Bellas Artes de Granada. En los difíciles años de posguerra, un joven Eduardo Carretero abandonaba su ciudad, Granada, para intentar abrirse camino en el complejo y aletargado mundo del arte de la época con su honestidad como bandera, y un par de encargos proporcionados por su amigo Fernández del Amo. Gracias a esto, nuestro escultor comienza su esencial aportación escultórica revitalizando la concepción imaginera de la época. De la mano de la institución de “Regiones Devastadas” , Eduardo Carretero introduce en la estética religiosa su original y moderna visión ante los modelos arcaicos de tradición barroca, que aún perduraban. España se abría a un nuevo tiempo y el arte, fiel reflejo de del sentir social, no podía quedarse atrás. Fiel a esa honestidad, Carretero intentó siempre mantenerse al margen de las manipulaciones políticas de la época en las que muchos artistas, movidos por su propio interés, colaboraban con el régimen a cambio de realizar exposiciones en el extranjero promovidas por él, o simplemente ganar algún concurso o bienal, que le hubieran fácilmente proporcionado la notoriedad necesaria para despreocuparse del aspecto económico hasta su vejez. Pero si por sus obras de carácter religioso Carretero se convirtió en parte esencial de esa avanzadilla estética, fundamental para la actualización formal de una Iglesia inmersa en el nacionalcatolicismo y que necesitaba de una urgente reforma; en lo concerniente a la obra monumental recupera la esencia de los grandes monolitos primitivos, trabajando principalmente la piedra en un afán de introducir, en un mundo artístico cargado de esnobismos y parafernalia, la pureza y la grandeza del trabajo directo sobre el material, sin ningún tipo de apoyo o efecto, contribuyendo con sus obras sin pensarlo, a una fundamental recuperación de la figura inalcanzable del artista, como ser, capaz de crear. Ante cada material se expresaba, como es lógico, de forma diferente pero podemos destacar la piedra como la materia con la que su genio se sentía más libre, por el simple hecho de que es un material que te impone en cada momento un reto diferente debido a su composición, lo que lo alejaba aún más de una idea preconcebida y le exigía modificar esta en cada momento, dotándole de mayor libertad. Una muestra más de todo esto la encontramos en la no utilización de bocetos, salvo para algunos encargos, y su predilección por la citada “talla directa” sobre el material para evitar la intervención detrás manos que pudieran desvirtuar su obra. A todo esto habría que añadir su valiosísima aportación como retratista de la intelectualidad de la época, así como cronista vital de la sociedad de Chinchón. Son innumerable sus retratos llenos de eclecticismo estético y de veraz estudio antropológico de su tiempo. Por eso, el realizar este trabajo de investigación se convirtió casi en un acto de justicia, no tanto para él, ya que Eduardo estaba por encima de reconocimientos y alabanzas, como para los que queremos que esa historia se encuentre enriquecida con los verdaderos artistas, cuya obra sirva de firme sedimento y aportación honesta del sentir de una época de la mano de los verdaderos protagonistas, creadores perseverantes con la única recompensa que la de encontrar ese hálito de verdad. Como vemos en la obra de Carretero, el estilo es algo que no tiene razón de ser, no viene apretado en un conjunto de normas o cánones, no se subordina a una forma de ver la escultura o a una corriente filosófica. En en la obra de Eduardo Carretero, el estilo no existe. La grandeza de un gran artista, estriba en ser un reflejo de sus propias vivencias, de su propia existencia, al margen de todo lo artificial, de lo estrictamente racional; simplemente sentir, intuir y ser simple y maravillosamente un transmisor. Eduardo Carretero intuía la forma en los materiales, no se veía comprometido hacia ningún tipo de predisposición, era libre, sencillamente libre, seguramente uno de los artistas más libres y a la vez que más comprometido estaba con el hecho artístico. Su obra se encontraba en continua variación debido a que cada una de estas cobraba vida por sí misma, con una personalidad diferente, con un verso distinto, con algo nuevo que decir o algo nuevo que gritar. He aquí la grandeza de la obra de Eduardo Carretero que fue, sin miedo a equivocarnos, uno de los artistas esenciales del panorama artístico posmoderno. bibliografía -Aguilera Cerni, V. (1958). La Bienal entre dos fuegos. Revista, no. 337 de Septiembre. Barcelona. -Alcántara, M. (1961). 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