Génesis, sentido, recepción y adaptaciones cinematográficas de Nuestra Natacha, de Alejandro Casona

  1. TORREGROSA TORREGROSA, JUAN RAMÓN
Zuzendaria:
  1. Antonio Chicharro Chamorro Zuzendaria

Defentsa unibertsitatea: Universidad de Granada

Fecha de defensa: 2016(e)ko urtarrila-(a)k 25

Epaimahaia:
  1. Antonio Sánchez Trigueros Presidentea
  2. María Angeles Grande Rosales Idazkaria
  3. Jenaro Talens Kidea
  4. Fernando Valls Guzmán Kidea
  5. José Enrique Martínez Fernández Kidea
Saila:
  1. LINGÜÍSTICA GENERAL Y TEORÍA DE LA LITERATURA

Mota: Tesia

Laburpena

El dominio de la presente tesis es el estudio de una obra concreta, Nuestra Natacha, de Alejandro Casona, en el doble proceso de su génesis y de su recepción por el público y la crítica en el contexto histórico de los últimos años de la República y la Guerra Civil. Su propósito, por consiguiente, es determinar el sentido de la obra y la intención del autor al escribirla mediante la reconstrucción lo más detallada y objetivamente posible del ambiente y de las circunstancias, tanto históricas como biográficas, que confluyen en su creación y en su puesta en escena, primero en Barcelona el 13 de noviembre de 1935 y, posteriormente, en Madrid la noche del 6 de Febrero de 1936. El análisis pormenorizado de las críticas, tanto favorables como adversas, y de las motivaciones ideológicas que subyacen en la polémica que se desata con motivo de su estreno en Madrid, constituye la parte central de la investigación, completada con el estudio de los nuevos significados que la obra adquiere durante la guerra y la reconstrucción de las circunstancias que rodean su adaptación cinematográfica en 1936 por Benito Perojo y los infructuosos intentos por estrenarla durante la guerra. Esta tarea se realiza mediante una exhaustiva búsqueda de testimonios procedentes, sobre todo, de la prensa periódica de la época, con más de ciento cincuenta referencias localizadas y comentadas, correspondientes la mayoría al breve período que va desde mediados de 1935 a finales de 1938. Los principales periódicos y las revistas de esos años se hicieron eco del enorme éxito y popularidad de Nuestra Natacha, convirtiéndose su protagonista femenina en un icono de mujer moderna y responsable. ABC, CRÓNICA, EL LIBERAL, EL SOL, ESTAMPA, HERALDO DE MADRID, LA ÉPOCA, LA LIBERTAD, LA VANGUARDIA, LA VOZ, MUNDO GRÁFICO, o las revistas cinematográficas POPULAR FILM, MI REVISTA, FILMS SELECTOS, o CINEGRAMAS, publicaron artículos, críticas y reportajes sobre Alejandro Casona y su entrañable creación teatral. Con ello se pretende analizar y explicar una obra mal interpretada y poco valorada en el conjunto de la dramaturgia de Alejandro Casona, a partir de su excepcional recepción por el público y por la crítica en un momento histórico concreto y complejo, evitando en lo posible la imagen deformada y profundamente mediatizada que se tiene del mismo, consecuencia de una guerra civil y de un conflicto ideológico, con especial incidencia en el campo de la pedagogía, que en muchos aspectos todavía se mantiene. Desde el momento de su estreno, Nuestra Natacha representó para unos lo mejor del espíritu reformista republicano y, para otros, encarnaba la nefasta doctrina que llevó a España al desastre. Esta visión partidista y polémica de la obra, surgida después de su estreno en Madrid y no antes, como se pone de manifiesto con distintos testimonios, ha impedido su justa valoración literaria e histórica, que se debe juzgar situándola en su contexto histórico y literario, al margen de la visión un tanto peyorativa que de su teatro recogen los manuales al uso, en buena parte debido a la otra polémica que se desencadenó a raíz del regreso de Alejandro Casona del exilio en 1962 y de su éxito en los escenarios de una España franquista que lo aprovechó, en buena medida, para lavar su imagen de intransigencia, polémica que todavía condiciona muchos de los juicios que predominan sobre su teatro en la actualidad. Nuestra Natacha, a pesar del tiempo transcurrido, es una obra que sigue transmitiendo una sensación de vida y verdad, que funde armoniosamente ideas y sentimientos, intención docente y teatro auténtico. En el primer apartado, “Hacia Nuestra Natacha: entre la pedagogía y el teatro”, se aborda el entorno familiar de Alejandro Casona en su infancia asturiana, marcado por el desempeño de la profesión de maestros de sus padres y, en concreto, por la destacada personalidad de su madre Faustina Álvarez, excepcional maestra dedicada plenamente a la renovación pedagógica, la dignificación del magisterio y la educación de sus hijos, y que llegaría a ser la primera mujer que en España obtuvo por oposición el puesto de Inspectora de Enseñanza Primaria. Entre 1917 y 1922 Alejandro Casona reside con su familia en Murcia, donde su madre ha sido nombrada inspectora. Se ha insistido en la importancia del paisaje asturiano y de los recuerdos de infancia en la génesis de su teatro, pero la etapa murciana, menos conocida, es fundamental en la afirmación de su vocación literaria, que se consolida durante sus años de estudio en Madrid, donde obtiene en 1926 el título de Inspector de Enseñanza Primaria. Estos años madrileños son de intensa actividad y euforia. Además de asistir a clase y conocer a Rosalía Martín Bravo, compañera y futura esposa, frecuenta las tertulias literarias, trata a los escritores más destacados del momento y, sobre todo, afirma su vocación literaria y se divierte. En 1926 publica su primer libro de poemas, El peregrino de la barba florida. A estos años corresponde también sus primeros intentos serios de escribir teatro, con las primeras versiones de dos obras importantes, Otra vez el Diablo y La sirena varada, que no subirán a los escenarios hasta bien avanzados los años treinta. Asimismo es de gran importancia su experiencia como inspector de Primera Enseñanza en el lejano Valle de Arán, entre agosto de 1928 y finales de 1931, en que logra regresar a Madrid. Durante estos años, Alejandro sigue trabajando y escribiendo con entusiasmo. Como inspector se vuelca en mejorar las condiciones educativas de la zona y desarrolla actividades de difusión cultural. En este sentido es muy interesante la utilización del teatro como instrumento pedagógico, con la creación del grupo de teatro “El pájaro pinto”, antecedente del Coro y Teatro del Pueblo que pondrá en marcha Manuel Bartolomé Cossío con las Misiones Pedagógicas y que dirigirá Alejandro Casona. Su participación en la experiencia de las Misiones Pedagógicas y su compromiso con la política cultural y la reforma educativa puesta en marcha por la República, son motivo de especial análisis en este apartado. Se cierra esta primera parte con el análisis de las vicisitudes que tuvo que superar Casona hasta conseguir estrenar La sirena varada, su primer gran éxito, el 17 de marzo de 1934, logrando así situarse en un primer plano, junto con Federico García Lorca, en la renovación del teatro español. La segunda parte, “Nuestra Natacha: génesis y recepción”, se centra en el análisis del proceso de redacción de la obra, en el verano de 1935, y las gestiones para su estreno, que finalmente tendrá lugar en Barcelona el 13 de Noviembre de 1935 por la compañía teatral de Josefina Díaz de Artigas y Manuel Collado. Se trata de una obra de madurez, escrita con plena conciencia artística y social, que se distancia claramente del arte deshumanizado, y que inicia un teatro comprometido con cuestiones sociales, como demandan los nuevos tiempos, y en el que Casona vuelca toda la experiencia acumulada en las Misiones Pedagógicas. Así lo pone de manifiesto la favorable recepción de Nuestra Natacha por la crítica catalana y el público, reseñas que se analizan detalladamente en un apartado concreto, así como la representación de la obra por otras compañías y en otras ciudades. El seguimiento por parte de la prensa de los ensayos previos a su estreno en el teatro Victoria de Madrid la noche del 6 de Febrero de 1936, y, sobre todo, el análisis y comentario de las críticas que aparecen los días siguientes del estreno, muy enfrentadas entre sí, ocupan la parte central de la investigación. Las numerosas reseñas críticas de la obra nos muestran a un público entusiasmado e identificado con los personajes y los problemas que Casona pone en escena, y a una prensa de derechas que, en plena campaña electoral, ataca despiadadamente a la obra y a su autor. Estos ataques y su vinculación directa con los defensores de la contrarreforma educativa llevada a cabo por la derecha durante el segundo bienio, es evidente. El triunfo del Frente Popular, por otro lado, colma de esperanza a los maestros, que esperan del nuevo gobierno una apuesta decidida por la educación pública, laica y liberal, que tan ejemplarmente representa Nuestra Natacha. La tercera parte, “Nuestra Natacha durante la guerra”, se centra en el inesperado significado que la obra adquiere en el nuevo y dramático contexto de la guerra. En primer lugar, se trata de esclarecer y ordenar los confusos datos que hay sobre Alejandro Casona entre el 18 de julio de 1936 y su salida de España en febrero de 1937. A pesar de las recientes investigaciones, todavía quedan puntos sin aclarar, aunque en todo caso está suficientemente documentada su estancia en Madrid y Valencia durante esos meses, así como su firme compromiso con la República. En segundo lugar, se aportan significativos datos sobre algunas de las representaciones que de Nuestra Natacha tuvieron lugar en la España republicana, casi siempre a cargo de grupos de aficionados y en festivales benéficos de apoyo a los combatientes. Especial atención merece la repercusión que Nuestra Natacha tuvo en la prensa anarquista, como es el caso de la valenciana Fragua Social. Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que Nuestra Natacha fue la obra preferida y más representada por el movimiento libertario en cualquier rincón de España. La adaptación al cine de Nuestra Natacha por Benito Perojo y su rodaje en los Estudios de Aranjuez durante los meses de Junio y Julio de 1936 se aborda en el apartado cuarto, “Nuestra Natacha y el cine”. Son numerosos los testimonios de este rodaje y de las expectativas que despertó la película, considerada por muchos como el comienzo de una nueva etapa en el cine español. Se trataba de una película moderna, que abordaba temas del presente, al margen del costumbrismo imperante en la mayoría de las cintas del momento. Sin embargo, el comienzo de la guerra, que afectó directamente a la productora Cifesa, a Benito Perojo y a la finalización y montaje de Nuestra Natacha, retrasó su estreno, que se anunciará durante toda la guerra, sin llegar nunca a producirse. Su destrucción en 1945 al incendiarse los Laboratorios Riera, en Madrid, ha convertido la película de Benito Perojo en uno de los grandes misterios del cine español. A aclarar las circunstancias de su rodaje y, sobre todo, a explicar por qué no llegó a estrenarse, se dedica este apartado. También se intenta reconstruir la versión de Benito Perojo a partir de testimonios y fotogramas conservados, establecer sus coincidencias y diferencias con la obra teatral original, así como con la versión argentina de Nuestra Natacha rodada en 1944 por Julio Saraceni. Todo ello arroja nueva luz sobre Nuestra Natacha al mismo tiempo que plantea nuevos interrogantes, algunos de ellos difíciles de resolver. El apartado quinto, “Nuestra Natacha: aspectos de su sentido y significación”, se centra en explicar los diversos aspectos literarios y temáticos de una obra que es, sin duda, mucho más compleja de lo que a primera vista parece. En ella se encuentra, por ejemplo, el retrato jovial y divertido de una juventud sana y responsable dispuesta a darle un sentido social a sus estudios y a sus vidas, como fruto que es del institucionismo de Giner de los Ríos; el elogio de la labor cultural desplegada por la República durante el primer bienio progresista; la dramatización escénica de toda una pedagogía antiautoritaria y liberadora; la denuncia de la contrarreforma educativa que pretende llevar a cabo las derechas más reaccionarias; la denuncia de una grave injusticia social como era la situación de muchos Reformatorios de Menores; o la presentación en el tercer acto de una experiencia de trabajo comunal y autogestionario como una utopía posible... Concluye el estudio con una breve referencia a la trayectoria de Alejandro Casona después de Nuestra Natacha, en su exilio en tierras americanas y a su regreso a España en 1962. Para algunos su gran error fue “volver demasiado pronto”. Lo cierto es que este regreso y el éxito de público que cosecharon sus obras, lo que se dio en llamar el “festival Casona”, supuso a su vez el fin del “mito Casona” como autor republicano, y de Nuestra Natacha como peligrosa obra revolucionaria. Los ataques feroces que la crítica teatral de izquierdas descargó sobre su teatro, junto con la evidente manipulación de la que fue objeto por parte de un sector del régimen, que quería presumir de “liberal” y “tolerante”, lastró su teatro y su trayectoria vital con unas descalificaciones a todas luces injustas que siguen pesando todavía en cualquier intento de acercamiento o de valoración ecuánime de su significado literario. Su muerte el 17 de septiembre de 1965, en un tiempo en el que los aires teatrales apuntaban en unas direcciones muy opuestas a su concepción del teatro, contribuyó al olvido y el menosprecio de una producción teatral que, vista con la perspectiva del tiempo, es de lo más digno que ha dado el teatro español en el siglo XX. En cuanto a su trayectoria vital, marcada por su compromiso con unos valores profundamente institucionistas que nunca ocultó ni traicionó, se nos presenta como una de las más coherentes en el difícil y conflictivo momento histórico que le tocó vivir. Alejandro Casona fue, además, posiblemente el escritor más sincera y profundamente comprometido con la nueva pedagogía y las reformas educativas llevadas a cabo por los gobiernos progresistas de la II República. Este compromiso se pone de manifiesto en su labor como Inspector de primera enseñanza y en su implicación, con otros profesionales de la enseñanza, en las Misiones Pedagógicas, labor callada y más eficaz, por ser imprescindible para el éxito de las mismas, que la de conocidos escritores y artistas cuya colaboración fue muchas veces circunstancial, aunque se les atribuyan más méritos. Su papel también fue fundamental en la renovación del teatro español en los años treinta. Tras el estreno de La sirena varada en marzo de 1934, Otra vez el Diablo en abril de 1935 y Nuestra Natacha en noviembre de 1935, Alejandro Casona es reconocido unánimemente por la crítica del momento, junto con Federico García Lorca, como el gran renovador del teatro español, y el autor que mejor muestra la clase de teatro que hay que hacer para superar la crisis, económica y de público, que afecta al teatro en esos años, que además está ya en abierta competencia con el cine. Como declara antes del estreno de Nuestra Natacha en Barcelona, cree que el momento histórico que están viviendo demanda un teatro comprometido que aborde los problemas sociales del momento. No se trataría, sin embargo, de un teatro comprometido en un sentido político específico, sino más bien de un teatro que despierte conciencias. Nuestra Natacha responde con creces a estos principios y tiene el mérito de renovar el teatro de tesis. Alejandro Casona logra el raro milagro de escribir una obra de tesis y, al mismo tiempo, de gran valor teatral y poético. No existe en el teatro español otra obra que conjugue mejor estos dos aspectos que Nuestra Natacha: la defensa de unas ideas o tesis y el desarrollo dramático, humano, de la trama. Hasta las críticas más adversas le reconocieron este mérito. Alejandro Casona ofrece una de las mejores obras de este tipo, que en España cuenta con escasas pero significativas muestras, entre las que podemos destacar Electra, de Benito Pérez Galdós, cuyo estreno en 1901 también fue polémico. En esta línea, Nuestra Natacha logra dignamente el fin primordial de este tipo de teatro, que surge en el siglo XVIII con la Ilustración y continúa con autores como Henrik Ibsen (1828-1906), el autor de Casa de muñecas (1879), o Bernard Shaw (1856-1950), esto es, remover conciencias, denunciar injusticias y prejuicios, crear polémica. Al poner el dedo en la “llaga” de una miseria social y moral −la situación en los reformatorios para jóvenes delincuentes y su reinserción social−, Alejandro Casona incidía eficazmente en una cuestión educativa todavía polémica que se remonta por lo menos a Rousseau. Un aspecto debatido de Nuestra Natacha fue siempre su intencionalidad revolucionaria, que se delimita en sus justos términos atendiendo al proceso de su elaboración y su recepción. Políticamente, aunque la derecha más reaccionaria acusara a Nuestra Natacha de ser una obra que contenía propuestas revolucionarias, la experiencia de trabajo comunal que presenta en el tercer acto se basa en experiencias pedagógicas desarrolladas en diversos países europeos, como declara Alejandro Casona varias veces. Son experiencias concretas y limitadas que no pretenden desencadenar una revolución, aunque en algunos puntos coincidan con propuestas educativas defendidas por el comunismo libertario. Alejandro Casona es, ante todo, un pedagogo al tanto de las corrientes renovadoras internacionales, no un político ni un teórico revolucionario, un pedagogo que tiene la maestría de “enseñar” desde el escenario sin caer en la pedantería ni en el doctrinarismo. Si además de pedagogo es un poeta de fina sensibilidad y un experto dramaturgo que conoce todos los secretos del oficio, como reconocen los críticos que se citan, se comprende la calidad literaria y el éxito de público de una obra como Nuestra Natacha, al margen de las especiales circunstancias políticas que rodearon su estreno en Madrid. Para muchos críticos posteriores e historiadores de la literatura, este sería el motivo que explica el extraordinario éxito que tuvo en su momento, rebajando de este modo su valor literario y considerando Nuestra Natacha una obra menor en la producción teatral de Alejandro Casona. Sin embargo, no es cierta esta afirmación. El éxito de público y de crítica de Nuestra Natacha es anterior a su estreno en Madrid y al crispado ambiente político de las elecciones que ganó el Frente Popular. Los ataques los inicia la prensa de ultraderecha al día siguiente de su estreno por unos evidentes motivos extraliterarios en los que, por otra parte, no pone en duda la calidad literaria de la obra sino su contenido ideológico: “Si una obra es inmoral y está mal escrita, malo; si está bien escrita, peor”, afirmaba el crítico del ultraderechista Gracia y Justicia. Otro valor incuestionable de Nuestra Natacha es su valor histórico y social. Su excepcional acogida por parte del público y de la crítica progresista, así como su rechazo visceral por la conservadora, nos ilustra mejor que cualquier otro testimonio acerca de las enfrentadas posturas que existían en torno a las reformas educativas llevadas a cabo por los gobiernos progresistas de la República. La defensa que Alejandro Casona hace en Nuestra Natacha de una nueva pedagogía menos represiva, chocaba frontalmente con un sistema educativo tradicional acaparado, en gran medida, por las órdenes religiosas, que veían en peligro su poder y sus privilegios si se implantaba un sistema educativo público, tolerante, liberal y laico, de calidad, como pretendía Alejandro Casona como Inspector de primera enseñanza y como autor de Nuestra Natacha. Por otra parte, las cuestiones que plantea, la humanidad y hondura de su protagonista Natacha y el dramatismo de algunas de las situaciones que escenifica, explican su acogida por públicos de ideología diversa, que va desde un público de derechas con sensibilidad social –la prensa de derechas se quejaba que entre los asistentes había también de los suyos–, a otro formado por obreros de ideología anarquista, pasando por el más cercano a la ideología del autor: el universitario de izquierdas y el reformista que se identificaba con la política de los gobiernos progresistas republicanos. Esta amplia aceptación, por otra parte, no debe extrañar, pues los valores de abnegación y generosa entrega en favor de los débiles y marginados que encarna el personaje de Natacha, una de las grandes figuras literarias de la literatura española, es común al revolucionario que se entrega a su causa, al religioso que practica la caridad o al voluntario laico de una actual ONG. Esta universalidad de la protagonista y la humanidad de los temas que plantea explican también que Nuestra Natacha se adaptara como ninguna otra obra teatral a las nuevas circunstancias de la guerra y fuera defendida como una de las pocas con contenido social acorde con el modelo de teatro que propugnaban, por ejemplo, los anarquistas. Nuestra Natacha es, en síntesis, una de las grandes obras del realismo testimonial del teatro español, resuelta con situaciones y diálogos vivos, llenos de ingenio y humor, sobre todo en el acto primero. También se halla en ella el lirismo y la emoción que caracterizan todo su teatro. Lirismo dramático que alcanza gran intensidad, por ejemplo, en la representación de la Balada de Atta Troll, hábil ejemplo de teatro dentro del teatro. Mediante una fábula poética en la que funde música y poesía, Casona plantea el conflicto central de la obra: las enormes dificultades que plantea formar personas libres. El engaño y la muerte de Atta Troll, junto con otros elementos simbólicos como el del capitán temblando en la trinchera, pero cumpliendo con su deber, presagian un futuro incierto que nada tiene que ver con el final sentimental de novela rosa que algunos críticos han creído ver en la obra. Casona logra con acierto una comedia de costumbres contemporáneas, urbana, lejos del ruralismo tan frecuente en el teatro español, con múltiples lecturas y significados. Es, además, una lograda síntesis de teatro y de ideas, y un documento excepcional de la sociedad española de los años treinta. Transcurridos más de cuarenta años de su muerte, el teatro de Alejandro Casona sigue despertando el interés de los lectores y del público, aunque la crítica, muy condicionada todavía por los durísimos juicios negativos de la polémica de los años sesenta, se niega a considerar a Alejandro Casona como uno de los grandes dramaturgos del siglo XX, y a Natacha, uno de los personajes más conmovedores y entrañables del teatro español, como se expone en la presente tesis.