Los paisajes de antonio machado entre poiesis y scientia. Hacia una taxonomía de sus símbolos botánicos

  1. Fimiani, Cristiana
Dirigida por:
  1. Araceli Travedra Valea Director/a
  2. Amelina Correa Ramón Codirectora

Universidad de defensa: Universidad de Oviedo

Fecha de defensa: 23 de julio de 2020

Tribunal:
  1. Gabriele Morelli Presidente/a
  2. María del Carmen Alfonso García Secretario/a
  3. Leopoldo Sánchez Torre Vocal
  4. Antonio Chicharro Chamorro Vocal
  5. Xon de Ros Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 631009 DIALNET lock_openRUO editor

Resumen

Surgida con el propósito de elaborar una exhaustiva taxonomía del imaginario botánico de Antonio Machado, para estudiar la simbología, evolución y contextualización de todas y cada una de las especies vegetales de su poesía, esta investigación “liricobotánica” conjuga una disciplina científica (Botánica) con otra humanística (Filología) para abrir caminos a nuestro juicio inexplorados en el territorio de la crítica machadiana. La sistematicidad que aporta la metodología interdisciplinar busca subsanar una laguna crítica importante en esta parcela de los estudios sobre el autor, que hasta la fecha se han limitado a subrayar el protagonismo atribuido al paisaje o a analizar el valor simbólico de los árboles más emblemáticos y reiterados (limonero, olmo, encina, olivo). Machado, que confiesa su amor “a la naturaleza, y al arte solo cuando […] la representa o evoca”, compone con las letras del “alfabeto” natural un amplio repertorio de correlatos botánicos, cuyo componente simbólico se mantiene operante incluso durante y después del intento de “desubjetivación” llevado a cabo entre los campos de Castilla. El índice de frecuencia de determinadas especies, las supresiones o sustituciones en favor de otras y la variación de su comportamiento son una valiosa evidencia de la deriva de una trayectoria lírica, hija de unas precisas circunstancias históricas, en las que se pueden encontrar las principales causas tanto de la angustia existencial del autor como de la del hombre de su tiempo. Sus paisajes simbólico-existenciales y simbólico-históricos integran las representaciones “megalográficas” y “ropográficas” de la naturaleza dentro de una misma categoría estética, de modo que se rescatan hierbas, plantas y arbustos generalmente desterrados del canon artístico y literario. La educación botánica de Machado, que describe las especies fitológicas con el rigor científico de un experto naturalista y las sitúa en su correspondiente ecosistema así como en las adecuadas condiciones edafoclimáticas, se debe en primer lugar al contexto familiar (es nieto del primer catedrático de Ciencias Naturales e hijo de Demófilo, quien le enseña el estrecho vínculo entre la vida del campesino y el ciclo biológico de las plantas). Por otra parte, el autor de Campos de Castilla, que declara conocer la sierra guadarrameña “peña a peña y rama a rama”, perfecciona su innata afición por los paseos gracias a la práctica excursionista fomentada por la Institución Libre de Enseñanza, difusora del plenairismo impresionista y promotora de la aproximación experimental a la naturaleza, así como de un sistema pedagógico abierto a ciencias como la Botánica y la Geología. Antonio Machado, “jardinero” en el hortus animae de Andalucía, se convierte en “hortelano”, “fantástico labrador” y excursionista en Castilla, donde planta árboles frutales y productos agroalimentarios, a la vez que se va familiarizando con los ejemplares arbóreos y arbustivos de los espacios silvestres. La verdolatría del poeta se traduce en su fitomorfización e identificación con los elementos botánicos más representativos de ambas regiones. Y si su alma castellana le permite mimetizarse con la encina, el roble, el álamo del Duero, los pinos y las hayas de la Laguna Negra o el olmo viejo de la colina, pudiendo interpretar varios roles botánicos a la vez, su alma andaluza le lleva a empatizar con las hierbas aromáticas de los balcones, los frutales de los patios y las flores de los jardines, cuya esencia vuelve a descubrir en los huertos del retiro levantino. El poeta es a la vez el sándalo que responde al golpe del hacha con la generosidad de su aroma y un nardo que se deja besar por el fantasma de un amor no correspondido. Su frustración se proyecta en el juncal seco y en la amapola quemada por el sol del desengaño amoroso, mientras que la esencia de su vida y su poesía se condensa en el parsimonioso olivo de su tierra.