Barcelona y la música de moda. De lo finisecular decimonónico a comienzos del siglo XX (nuevos bailables y llegada del jazz). El caso de Clifton Worsley (*1873; †1925). Parte II. Una obra original, hija de su tiempo

  1. Ezquerro Esteban, Antonio 1
  2. Ezquerro Guerrero, Cinta 2
  1. 1 CSIC-IMF
  2. 2 Investigadora independiente
Revista:
Cuadernos de Investigación Musical

ISSN: 2530-6847

Año de publicación: 2019

Número: 7

Páginas: 161-232

Tipo: Artículo

DOI: 10.18239/INVESMUSIC.V0I7.1993 DIALNET GOOGLE SCHOLAR lock_openAcceso abierto editor

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Resumen

En el nuevo contexto internacional (urbano, industrializado, despreocupado y alegre) que se sitúa entre la Exposición Universal de Barcelona en 1888 y la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, la Ciudad Condal vivió momentos de un auge cultural, artístico y musical, hasta entonces desconocidos e insospechados. Beneficiada por una burguesía pujante y crecientemente acaudalada, y espoleada por las novedades llegadas desde el exterior hasta su activo y rico puerto marítimo, la ciudadanía barcelonesa expresó, extrovertidamente, unas ansias de vivir, de apostar por la modernidad y de competir con otras ciudades coetáneamente emergentes (París, Nueva York, Londres o Milán), que se tradujeron en unas nuevas músicas “de consumo” y entretenimiento, para amenizar bailes de sociedad y actividades de ocio y deportivas, testigos de los “nuevos tiempos” (la “Belle Époque”). En ese contexto, en el que arquitectos (L. Domènech i Montaner, J. Puig i Cadafalch, A. Gaudí), pintores (R. Casas, S. Rusiñol, M. Utrillo, P. Picasso), poetas (J. Maragall, J. Verdaguer, E. Marquina) y músicos (F. Pedrell, E. Granados, P. Casals, E. Morera, F. Mompou) compartían públicos y escenarios, surgió la figura, peculiar, controvertida, y hoy prácticamente desconocida, de un músico, pianista, editor y comerciante, Pere Astort Ribas, que iba a utilizar un pseudónimo, como reclamo comercial internacional, Clifton Worsley, para darse a conocer mundialmente como el creador del “vals-boston”. Una fama rápida, que se acrecentó en breve gracias a la difusión aportada por las nuevas tecnologías entonces en boga: una nueva producción y distribución “industrial” de partituras, los rollos de pianola, discos de vinilo y otras grabaciones mecánicas de audio y, muy particularmente, la radio.